Tus piernas engullen
la bruma
de la historia
poseída de todas las filiaciones. Los amantes son esquivos
de un enero que
ya no existe, se agrieta la candela en un puñado
de hombres, en
lo aleatorio, en lo visible,
en la orilla
donde mueren las señales.
Hay una
parálisis afuera,
una ceguera
adentro
de la faz de la
humanidad bebe ella
ahoga el grito,
la tempestad fue lo que salió por su boca,
mira el temblor
del regreso,
la densidad de
la ausencia. Ella abolió la vigilia,
sólo juntura en
los años del ruido, y no hubo mujeres puestas al sol,
eligió los
flancos para sobrevivir…
habría perdido
su rostro en el tiempo
ostracismo de un pasado continúo. Como anhelaba volver a
su rostro
de una
existencia como efímera dolencia,
de una
existencia en las fauces de la insuficiencia. Teme que no la reconozcan,
hay anhelos que
por volcánicos se vuelven nada.
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